Si la geología es el marco del paisaje, la naturaleza se ha esforzado en Calatañazor.
Situado sobre una gran losa caliza, con una topografía agreste, su origen comienza a ser conocido. Calatañazor se ha edificado sobre una roca que es un fregmento de otra mayor, que se formó hace unos 11 millones de años, en el Mioceno, Era Terciaria, por acumulación de carbonatos y otros materiales en el fondo de una lago. Centenares de miles de años de trabajo erosivo han transformado este fondo de lago en la cima de un cerro testigo. Los más de 60 metros de espesor de la roca (calizas cristalinas, cantos rodados, conglomerados y tobas con abundancia de huellas vegetales) nos informan de las características del clima en el que se originó. El agua de lluvia disuelve las rocas calizas y, en circunstancias determinadas, se desprende de ese mineral dando lugar a una nueva roca que puede ser más blanda (tobas calizas) o más dura (caliza masivas, estalactitas, etc) según la condiciones de precipitación o cristalización. La nueva roca volverá a disolverse en el agua, si se dan las condiciones adecuadas, repiciéndose el ciclo.
Cuando las aguas de lluvia comenzaron a evacuar hacia el O. Atlántico, dando lugar a la formación del Duero, la acción erosiva y de transporte eliminó las capas superficiales más «blandas» del suelo excavando surcos, cauces y barrancos. El río de Calatañazor, el Milanos, a base de arrastrar rocas y otros materiales, ha excavado, en los últimos cientos de miles de años, el barranco que separa la roca de Calatañazor del resto de la placa de calizas lacustres. El resultado es un enclave ideal para construir una fortaleza inexpugnable. Las arcillas y margas amarillas y rojas sobre las que se asientan las calizas lacustres cubrían la fosa originada por el pliegue sinclinal (hundido) de las calizas cretácicas marinas y sirvieron de recipiente o cubeta del lago. Los colores grises, negros y ocres de las calizas marinas y los grises, naranjados y rojos de las margas terciarias, junto a los blancos y pardos de las calizas lacustres explican el colorido paisaje de Calatañazor.
La Piedra del Abanico.
En la plaza, muy próxima al royo e ha instalado una roca que presenta ciertas figuras en la superficie, es la Piedra del Abanico y procede de la placa del otro lado del barranco aunque, podría haberse encontrado en el propio pueblo. En ella han quedado fosilizadas huellas de troncos y hojas de una palmera. La disposición de los tallos y hojas sugiere que la palmera cayó y fue arrastrada por una corriente de agua saturada de carbonatos que precipitaron se depositándose sobre la misma recubriéndola y adoptando sus formas. Con el tiempo se acumularon más carbonatos creciendo la roca en torno a ella y aunque la materia orgánica desapareció, quedaron marcadas las huellas. La singularidad de este fósil, casi único, lo establece la especie que ha quedado petrificada debido a resulta difícil imaginar que en este lugar, con un clima de inviernos tan crudos, en alguna ocasión pudo haber palmeras. Sin embargo, la abundancia de huellas de ramas y hojas de otras especies afines a los climas templados o cálidos como ficus, lauros o sauces, en toda la placa caliza, confirman el clima benigno en el que vivieron esta especies. La Piedra del Abanico recibe este curioso nombre, en lugar de «piedra de la palmera» porque, hasta hace muy poco tiempo, no se sabía qué era un fósil, que pudiran fosilizarse las hojas y menos aún que la actual Península Ibérica, en esos tiempos, estaba en una zona próxima al trópico. No es de estrañar que lo más parecido de las figuras planas , de surcos radiales, profundos y regulares recordaran a los abanicos. Esta es la «Piedra del Abanico».